Salvar al planeta exige una rebelión en la granja
Por Macarena Montes Franceschini
24 de septiembre de 2024
SumarioNuestra relación con los animales se ha definido por siglos de excepcionalismo humano. Esto contribuye con la extinción de muchas especies y está impulsando el cambio climático. Al mismo tiempo, el conocimiento científico del que disponemos nos permite saber que hay especies de animales sintientes, que poseen cultura y forman sociedades complejas. Podemos evitar el sufrimiento que les causamos cambiando el paradigma que tenemos para entenderlos y tratarlos.
Sobre el autor/a:
Macarena Montes Franceschini
Es especialista en derecho animal.
“La vaca es un animal útil, las ovejas dan lana” se lee en un dictado del colegio de mi padre cuando tenía siete años. Mi abuela falleció recientemente y mis hermanos y yo recibimos un paquete de fotos, libros y documentos que pertenecían a mi padre, quien murió en 2012. Entre fotos borrosas de nuestra infancia y un broche de la Quinta Compañía de Bomberos de Santiago, donde mi padre fue bombero y formó parte de la brigada que acudió a apagar el incendio en el palacio de La Moneda el día del golpe de Estado en 1973, encontré dibujos, guías y trabajos de sus años de educación primaria en la década del cincuenta.
Para aprender sobre vacas, ovejas y pájaros, los niños de los años cincuenta también coloreaban dibujos de animales que parecían vivir felices en granjas y bosques. ¿Qué ha cambiado en nuestra relación con los demás animales desde esos años?
A primera vista, pareciera que muchas cosas siguen igual y otras han empeorado. El consumo de alimentos de origen animal sigue en aumento, aunque los expertos han dicho con claridad que el cambio climático está poniendo en peligro la supervivencia del planeta, que una dieta de origen animal es alta en emisiones de gases de efecto invernadero, que no hay suficiente tierra ni agua para alimentar a ocho mil millones de humanos con alimentos de origen animal y que la mejor dieta para el planeta es una dieta vegana.
Tenemos millones de animales hacinados en granjas (industria ganadera intensiva) y también estamos destruyendo el hábitat de los animales silvestres para obtener más tierra para la ganadería extensiva o para plantar los cultivos utilizados para alimentar al ganado, lo que aumenta el riesgo de nuevas pandemias producidas por enfermedades zoonóticas
Nos urge como individuos y sociedad cambiar el paradigma de explotación animal y ambiental por uno de compasión hacia los animales y respeto a la naturaleza, un paradigma que sea coherente con la evolución moral y científica. De lo contrario, el planeta no podrá sostener la vida humana. Hoy no hay excusa para continuar creyendo solamente que “las vacas son útiles” y “las ovejas dan lana” como en los años cincuenta. Tenemos suficiente conocimiento científico para reconocer que los demás animales tienen intereses propios que requieren que cambiemos nuestros hábitos de consumo y la manera en que nos relacionamos con ellos. Debemos ampliar el marco jurídico existente para incluir en él a los animales e incluso reconocer a algunas especies como personas no humanas.
Las vidas de los animales criados en granjas intensivas son deplorables. Vacas, ovejas, cerdos y pollos, entre otros, han sido seleccionados para producir más leche, carne, lana, camadas y huevos. La explotación intensiva les causa enfermedades crónicas como mastitis, problemas físicos como cojeras, mayor mortalidad de las crías, canibalismo y, en algunas especies, un crecimiento físico tan rápido que sus piernas no pueden aguantar el peso del cuerpo, como ocurre con los pollos . En estas granjas, estos animales no pueden realizar ninguna conducta natural ni formar sus grupos sociales. Muchos mueren sin haber visto la luz del sol.
Las cosas tampoco han mejorado cuando se trata de los animales llamados salvajes. Seguimos visitando zoológicos y acuarios para divertirnos, observando y molestando a animales deprimidos, aquejados de enfermedades y medicados con antidepresivos y antipsicóticos para sobrellevar el cautiverio. El confinamiento en zoológicos y acuarios es especialmente dañino para especies longevas, sociables y cognitivamente complejas como los grandes simios, elefantes y cetáceos, las cuales llegan a sufrir daño cerebral a causa de las condiciones en que viven. En corridas de toros, rodeos, correbous y peleas de gallos torturamos animales hasta la muerte en nombre de la tradición y la “cultura”.
A pesar de las campañas de reciclaje y concientización, seguimos contaminando a niveles nunca vistos. Se han detectado micro plásticos en los tejidos corporales de animales marinos como ballenas y delfines y en la placenta, sangre y leche humana. Cazamos y traficamos animales para usarlos como mascotas y trofeos, causando lo que los científicos llaman la “mutilación del árbol de la vida”.
En los años en que mi padre hacía sus deberes escolares no sabíamos tanto como hoy sobre los demás animales. La ciencia ha demostrado que todos los animales vertebrados y algunos invertebrados como los pulpos son seres sintientes, esto es, tienen la capacidad de sufrir y de disfrutar. También sabemos que muchos animales tienen personalidades diferentes, usan herramientas para resolver problemas, planean para su futuro, tienen familia y amigos y sufren profundamente cuando pierden a un ser querido, realizando rituales de muerte, tienen cultura y pertenecen a sociedades complejas.
Por ejemplo, las vacas tienen personalidades diferentes, pueden distinguir a sus cuidadores incluso cuando usan la misma ropa y desarrollan un fuerte vínculo emocional con sus terneros, lo que las hace sufrir cuando son separados. Las ovejas son capaces de recordar a otras ovejas por largos periodos de tiempo, distinguen cuando otras están tranquilas o asustadas y se angustian cuando están separadas del rebaño, especialmente cuando son separadas de los corderos.
Los elefantes viven en sociedades matriarcales lideradas por una elefante longeva con experiencia para proteger a la manada. Los elefantes también realizan rituales de muerte y cubren a sus muertos con hojas y ramas o los entierran. Los chimpancés también forman sociedades complejas con culturas diferentes. Algunas comunidades de chimpancés tienen una cultura basada en las herramientas de piedra, mientras que otras tienen una cultura basada en la madera. Los chimpancés pasan los primeros ocho años de sus vidas aprendiendo de sus madres, quienes les transmiten el conocimiento que ellas también adquirieron de sus madres.
Estas características indican que los animales tienen ciertos intereses fundamentales como vivir sus vidas como desean junto a sus familias y comunidades. Les causamos un inmenso daño al separarlos de sus seres queridos, encerrarlos en zoológicos o en granjas donde no pueden desarrollar ninguna de sus conductas naturales y experimentan aburrimiento, frustración y estrés.
Tampoco existían en la década del cincuenta tantas iniciativas para proteger los derechos de los animales. Algunos países o regiones han prohibido ciertas prácticas especialmente violentas hacia los animales como el uso de jaulas de batería para las gallinas y jaulas para las cerdas gestantes. Otros países han prohibido utilizar animales silvestres en circos y algunos zoológicos han decidido enviar sus elefantes a santuarios debido a la imposibilidad de ofrecerles una buena calidad de vida. En 2023, Panamá promulgó una ley que reconoce que las tortugas marinas tienen el derecho a vivir en un ambiente libre de contaminación. Recientemente, Colombia prohibió las corridas de toros, demostrando que la tortura animal como entretenimiento es moralmente inaceptable.
Sin embargo, tradicionalmente, los ordenamientos jurídicos latinoamericanos han considerado a los animales como bienes muebles, que podemos comprar, vender y alquilar. Algunos países como Colombia han modificado el Código Civil para reconocer a los animales como seres sintientes, aunque se les sigan aplicando las normas de la propiedad. Esto no ha sido suficiente para detonar un cambio de paradigma en nuestra relación con los demás animales.
Por suerte, algunas valientes magistradas latinoamericanas han comenzado a dictar sentencias que buscan cambiar el estatus jurídico de los animales. Así, la jueza argentina Elena Liberatori reconoció a la orangutana Sandra como una persona no humana y titular de ciertos derechos fundamentales, ordenando su traslado desde un zoológico en Buenos Aires al Center for Great Apes in Florida, Estados Unidos. La jueza Alejandra Mauricio, también argentina, reconoció a la chimpancé Cecilia como una persona no humana y titular de derechos, y ordenó su traslado desde una deplorable jaula de cemento con árboles pintados en los muros en el zoológico de Mendoza al Santuario de Grandes Simios en Sorocaba, Brasil.
La jueza colombiana Diana Fajardo, integrante de la Corte Constitucional, redactó un salvamento de voto argumentando en favor del reconocimiento del oso andino Chucho como sujeto de derechos. Por su parte, la Corte Constitucional del Ecuador reconoció a los animales como sujetos de derechos protegidos por los derechos de la naturaleza en el caso de la mona chorongo Estrellita, abriendo la puerta para que esta normativa constitucional sea utilizada para proteger a otros animales. Ecuador continúa siendo el único país de mundo que reconoce a la naturaleza como sujeto de derechos en la Constitución. En la mayoría de estos casos, los demandantes solicitaron el traslado de los animales desde un zoológico a un santuario para que pudieran vivir alejados del público, junto a otros miembros de su especie, puesto que los zoológicos son dañinos para animales como Sandra, Cecilia, Chucho y Estrellita.
En general, el derecho ha resistido incluir a los demás animales en la categoría de “persona,” reservando esta categoría para los humanos. Es imprescindible distinguir los conceptos de “persona” y “humano”, pues no significan lo mismo. Una empresa, un barco y el Estado son considerados personas jurídicas. Las personas naturales son los humanos nacidos, que han sobrevivido a la separación de la madre. Por lo tanto, para el derecho no es extraño reconocer la existencia de personas no humanas y de humanos no personas. Reconocer a un animal como una “persona” no significa que tendrán los mismos derechos que las personas humanas, como el derecho a la educación. Por ejemplo, el Proyecto Gran Simio aboga por reconocer el derecho a la vida, libertad e integridad física de los grandes simios.
Cambiar el paradigma en nuestra relación con los demás animales exige combatir el excepcionalismo humano y el especismo, que han contribuido a la extinción y sufrimiento masivo de animales y a la actual crisis climática y ambiental que afecta a humanos y no humanos. Para ello, tenemos que aprovecharnos de que hoy sabemos más que nunca sobre los demás animales. Hemos vinculado conceptos como la racionalidad, la autonomía, la agencia, la sociabilidad, la participación en comunidad, el desarrollo de relaciones emocionales y la cultura con la humanidad. Pero la ciencia ha demostrado que muchos otros animales también poseen estos atributos y, por lo tanto, tienen intereses similares a los nuestros. Como muchos animales desarrollan estrechos vínculos emocionales con sus familias y amigos, tienen un interés en no ser separados de sus seres queridos, como lo tenemos los humanos.
Los avances científicos y legales, así como las reflexiones filosóficas, deben ser usados para diseñar e crear políticas públicas y promulgar leyes que protejan eficazmente los diferentes intereses que poseen los animales a través del reconocimiento de derechos exigibles legalmente y para transitar hacia una dieta basada en plantas que es mejor para los animales, la salud humana y el planeta.
Asimismo, debemos combatir la idea de que solos los humanos pueden ser personas y / o titulares de derechos. Los intereses de los humanos no deben primar sobre los intereses de los demás animales solo por el hecho de pertenecer a la especie homo sapiens.
Un cambio de paradigma basado en la compasión y respeto hacia los demás animales es imprescindible no solo para acabar con su sufrimiento y luchar contra la extinción sino también para garantizar la supervivencia de la especie humana sobre el planeta.